viernes, 23 de marzo de 2007

LAS TRES DE LA MAÑANA

Son las tres de la mañana;
una sensación ardiente
hace que yo me despierte
pues tengo húmeda la cama.
Estaba soñando contigo,
y en mis sueños yo soñaba
esa tarde enamorada
que pasaste tú conmigo.
Veinte velas encendidas

encima de un arcón mío
lleno de cuentas plateadas,
y sus reflejos hacían
que al darles la luz el brillo
se iluminen nuestras caras.
Telas de raso doradas,
rosas, blancas y encarnadas,
y por el suelo ceñían
sedas verdes y azuladas.
La cálida luz de las velas
iluminaba tu cara,
la música al fondo sonaba,
¡Qué bella que tú estabas!
el contraste de tu cuerpo
sobre aquel verde esmeralda,
y el rubio de tus cabellos
sobre aquel azul de cielo,
puso misterio a la estancia;
parecías una diosa,
blanca, pura, inmaculada
No voy a relatar el hecho,
pues lo ocurrido descansa
metido dentro, en el pecho,
tal como una imagen santa.
Solo sé... que cuando duermo,
revivo aún más el hecho,
mi cara pongo en tu pecho,
y al despertarme descubro
humedades en el lecho.

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